jueves, 7 de abril de 2011

Fragmento de "Crías de gaviota"-Kjell Askildsen.

Remaron unos instantes antes de izar las velas. Soplaba un fuerte viento, y Paul dijo que sería peligroso fijar la vela mayor. Estaba sentado con la escota en la mano, mientras procuraba mantener la barca lo más firme posible contra el viento, con el fin de no tener que virar para atravesar el estrecho. El cabo de la escota le lastimaba la mano. Llegaban ráfagas bastante fuertes, pero no hizo falta aflojar la escota. La ató a la borda y vigiló el mar para que las ráfagas no lo tomaran por sorpresa.
-Hace  justo el viento que nos conviene- gritó a la chica. Ella estaba tumbada boca arriba en la proa mirando las velas.
-Habrá más viento cuando salgamos al estrecho- dijo ella.
-Seguro que sí.
Así  habría que estar siempre, pensó él. Sacó el paquete de tabaco del bolsillo y sostuvo la caña del timón entre el brazo y el cuerpo mientras intentaba liarse un cigarrillo. Tenía los dedos mojados y el papelillo se le rompió. Sacó otro papelillo que también se le rompió. La chica le preguntó si quería que lo hiciera ella. Él le paso el paquete de tabaco.
-Esto es vida-dijo.
-Así habría que estar siempre.
-Sí. Deberíamos hacer siempre lo que nos apetece.
-Para eso hay que tener dinero. No puedes hacer lo que te apetece sin dinero.
-Ya. Eso es lo fastidioso. Y para conseguir dinero tienes que hacer algo que no te apetece, y entonces ya no tiene mucho sentido.
Habían entrado ya en el estrecho. El agua estaba en calma. A ambos lados se erguían altos peñascos pelados. Fuera del estrecho el mar estaba agitado. Tenían el viento en contra, y la chica sacó un remo. Cuando el viento llenó las velas, Paul soltó la escota. El viento empezaba a ser muy fuerte, pero apenas entraba agua en la barca.
-¡Esto es emocionante!- gritó la chica.
-¿Te gusta?
-Ya lo creo.
-¿No tienes miedo?
-Sí, por eso resulta tan emocionante.
-Sí, tal vez. He oído decir que esos indios que se lanzan a una poza de veinte metros de profundidad, una vez que empiezan a hacerlo no pueden dejarlo. Si cada día no hacen algo que pueda costarles la vida, les parece que no han vivido de verdad.
-Hay algo de eso, sí.
-¿Tú crees?
-No lo sé. Parece probable. Tiene que ser divertido estar constantemente salvándote a ti mismo la vida.
Paul mantuvo la barca firme contra el viento. La cuerda le lastimaba la mano. Pensó que siempre es así. Te lo estás pasando muy bien, pero siempre hay algo. Pisó la escota para que no le resultara tan pesado sostenerla. Volvió la cabeza y vio que el estrecho quedaba muy lejos.
-No tenemos muchas posibilidades si la barca tumba- dijo ella.
-Una entre cien.
-Cuando tenía dieciséis años soñaba con morirme dentro de un gran bosque.
-Yo nunca he soñado con morir.
-Yo sí. Eran sueños bonitos. Nadie me había hecho daño, ni estaba enferma.
-Eres muy rara.
-Sí. Todo el mundo lo dice ¿Te parece mal que sea así?
-No.
-Tú también eres raro-
-¿En qué sentido?
-Algunas veces te ríes sin motivo. Cuando mi padre contó lo de ese accidente de tren en Italia, tú te reíste. A mí no me pareció nada divertido. Y cuando luego te preguntó si habías leído algo de Hamsun, también te echaste a reír.
Llegó una ráfaga de viento. La barca se escoró y empezó a entrar bastante agua. Paul cambió de rumbo. La barca se enderezó, las velas flamearon. Mantuvo la dirección contra el viento y tensó la vela mayor. Luego giró lentamente el timón hacia el lado contrario y la barca cogió velocidad.
-¿Tienes miedo?-gritó él.
-No he chillado,¿no?
-Uno puede tener tanto miedo que no le salga ni un sonido.
-Pues tanto miedo no he tenido.
-Si quieres podemos dar la vuelta. Tú decides.
-Entonces quiero desembarcar en una isla.- La chica miró a su alrededor , y señaló algo justo delante de ellos-. Quiero desembarcar allí- dijo.
Era una isla muy pequeña. En algunas partes crecían pinos contrahechos. Todo el resto era roca y brezo. Cuando se encontraban muy cerca, se abrió ante ellos una bahía. Paul tomó ese rumbo y las velas aletearon porque el viento cambió de dirección. La chica se puso de pie en la proa. Tenía el cabo de amarre en la mano, lista para saltar. Paul ató la vela alrededor del mástil. La chica saltó, y él tuvo que agarrarse del mástil para no perder el equilibrio en el momento en que la barca chocó con la tierra. Saltó tras de ella. Se detuvo antes de acercarse, porque ella lo estaba mirando con sus ojos azules, los brazos levantados por encima de la cabeza y la punta de la cuerda en una mano, y él dudaba de haber visto jamás algo tan hermoso.

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